martes, 27 de octubre de 2009

Batallón Mackenzie – Papineau



Las circunstancias políticas, sociales y económicas, en el Canadá de los años 30, eran muy parecidas a las de los EEUU, tal vez incluso peor. La crisis económica de 1929 había frenado el rápido desarrollo del que Canadá había disfrutado en la década de los 20 y había provocado la subida al poder de los conservadores, que se mantuvieron hasta 1935.
 
Fue precisamente este gobierno conservador de R.D. Bennett, el que decidió la creación de más de 200 campos denominados relief camps, controlados por el ministerio de defensa, donde podrían encontrarse hacinados miles de hombres solteros sin trabajo ni hogar, y sin más nada que hacer rumiar su descontento y frustración.

Se calcula que en cuatro años la cifra pudo ascender hasta 170.000 ninguno de aquellos jóvenes entendía como en un país tan rico como Canadá, podía haber tanta pobreza.

La situación política, consecuencia directa de esta preocupante situación económica, no era propicia para poder controlar los brotes de intolerancia: grupos fascistas de exaltados y marxistas radicales, alimentaban la confrontación y generaban inestabilidad social.

Bajo estas condiciones un gobierno conservador suelo optar por la represión como solución. La sección 98 del código penal Canadiense, que consideraba como crimen punible pertenecer a una asociación ilegal, se utilizo principalmente para acosar y apresar a los miembros del partido comunista, a esto se añadió la brutal represión policial del llamado on to Ottawa trek, la marcha de protesta que los trabajadores organizaron en Junio de 1935. En septiembre de 1936 un grupo de desempleados en la ciudad Winnipeg, que sobre pasaban los 1000, decidieron enviar un escrito al primer ministro, pidiéndole ayuda para su viaje a España.

En su petición hacían constar que ningún país podía permitirse el lujo de mantener ocioso un ejército de jóvenes desempleados, cuando el fascismo estaba golpeando con dureza las raíces de la civilización occidental, desde aquel momento un flujo incesante de voluntarios en paro o con oficio creyentes o agnósticos profesionales y obreros, se desplazaron desde Toronto o Montreal, desde Vancouver o Calgary, hasta los varios puntos de embarque que les trasladarían hacían nuestro país.

Dentro de este contexto la llamada desde España, se les antojaba a muchos jóvenes Canadienses, como la salida más airosa, tanto a la frustración de los relief camps, como a los idearios políticos que muchos de ellos habían forjado por destitución de las doctrinas marxistas. Precisamente el reclutamiento por parte de organizaciones de índole comunista fue más activo que en los EEUU, así tanto en el partido comunista como en la “Canadian League AGAINST WAR AND FASCIST”, crearon el “Canadian COMMITTEE to Aid Spanish Democracy” con el único objetivo de ayudar a la república Española. Estaba dirigido por un clérigo, Ben Spencer, pero había además, políticos, sindicalistas, militantes de partidos de izquierdas, y representantes sociales locales tan dispares como la finlandesa, ucraniana, húngara o la judía.

Will Kashtan, uno de los primeros Canadienses que fueron testigos presenciales de lo que estaba ocurriendo en suelo Español, volvió a Canadá y participo en una gira, arengando a sus compatriotas para que ayudaran al pueblo español y que presionaran al gobierno de Willian L. Mackenzie King, a que hiciera lo mismo. Tim Buck, al que nos referiremos mas tarde hizo lo mismo a su regreso de España, y al poco tiempo una verdadera riada de simpatizantes dispuestos a alistarse llego a Toronto y Montreal, procedentes de los lugares más lejanos.

Tomas Beckett, Frederic Lackey, Laurence Ryan, Clifford Budgen, y Henry Beattie fueron los primeros canadienses reclutaron por el comité como flamantes soldados dispuestos a luchar contra las fuerzas nacionales en territorio español.

La filiación política de los voluntarios canadienses se nos antoja como mejor definida que la de sus vecinos, lo cual no quiere decir que el componente idealista quedase difuminado por razones de tipo partidista algo que muchos abordaron hacer creer a la opinión pública. Es cierto que el partido comunista puso en marcha la gran maquinaria para reclutarlos pero no eran todos comunistas ni todos desempleados. Tim Buck en Soldier of Democrati, niega que el perfil del voluntariado canadiense fuera exclusivamente el de desempleado, simpatizante del marxismo o inmigrante.

Habían muchos inmigrantes, muchos sin empleo y bastantes comunistas, pero lo único según él que motivaba a aquellos jóvenes a alistarse era su repulsión por el fascismo.

Tomas Beckett, escribiría camino de Albacete:

Incluso si no tuviera convicciones políticas y no fuera comunista, mi repugnancia ante la crueldad, el sufrimiento innecesario, la brutalidad, la codicia y la tiranía, me llevarían a actuar de la misma forma, mi deseo de traer la paz, la felicidad y la libertad a la gente de cualquier país me lo exigía.

Todo esto unido la frustración económica, la concienciación política y la creación de un aparato que propiciase el alistamiento hicieron que la participación de voluntarios canadienses en la guerra civil española, fuera especialmente llamativa.

La mayor parte de las fuentes de los años 60 y 70 hacen oscilar su número alrededor de los 1300, tras varios estudios, durante años, según nuestras estimaciones, los voluntarios de aquel país llegaron a 1515 (1466 canadienses y 49 con doble nacionalidad), al igual que ocurrió con otros grupos nacionales el número definitivo es difícil de concretar ya que carecemos de registros oficiales y muchos de los inmigrantes no nacidos en Canadá, tuvieron problemas a su regreso para ser admitidos en el país. Nosotros hemos contabilizado a todos, incluidos los emigrantes europeos de primera generación que en algunos casos ni siquiera tenían en aquel momento pasaporte canadiense.

Si consideramos que al igual que el gobierno norteamericano, el gobierno canadiense hizo todo lo posible para evitar la presencia de voluntarios en España, entonces la cifra adquiere un valor no solo testimonial sino muy representativo. Fue el 10 de abril de 1937, cuando se aprobó el llamado “Foreign Enlisment ACT” que consideraba ilegal a cualquier canadiense que sirviera en un ejército extranjero. Esta prohibición se comenzaría a aplicar el 31 de julio a los que vinieron a combatir a España, lo que complico tremendamente la repatriación de los prisioneros canadienses una vez terminada la contienda, pese a los esfuerzos de los “Amigos del Batallón Mackenzie-Papineau” creado el 20 de mayo de 1937. La policía montada los consideraba mercenarios y revolucionarios comunistas. Un delegado del gobierno se desplazo incluso a España para interrogar uno por uno a los voluntarios canadienses con el fin de comprobar si podían acreditar su nacionalidad y cuáles eran realmente sus motivaciones políticas.


En su magnífico libro, The Gallant Cause (1996) Mark Zuehlke otorga incluso un papel determinante a Canadá en la decisión de crear las Brigadas Internacionales y organizar los batallones por origen o idioma. Según él, en la "Universal Peace Conference" celebrada en Bruselas en septiembre de 1936 Tim Buck, de origen británico pero residente en Canadá desde los 19 años y uno de los fundadores del partido comunista canadiense, estableció contacto con delegados comunistas españoles que le invitaron a conocer de primera mano lo que estaba ocurriendo en España. Durante esa visita, Buck tuvo la oportunidad de asistir a una reunión presidida por José Díaz, secretario general del partido comunista de España, en la cual se decidió crear una fuerza especial de voluntarios extranjeros integrada dentro del ejército republicano y a la que se le denominaría como Brigadas Internacionales. En esta decisión tuvo algo que ver la afirmación del propio Buck de que su partido podría reclutar unos 250 hombres. Los asistentes a la reunión pronto se dieron cuenta de que si todos los países representados podían aportar un número similar, la ayuda para el ejército republicano sería muy eficaz.


Este papel decisivo en el devenir de las brigadas se vería realzado por dos famosos nombres propios. Por una parte, el de Emil Kléber, conocido como "el defensor de Madrid" y al mando de la XI Brigada Internacional Kléber, veterano de la revolución rusa pero de origen austriaco, afirmaba haberse nacionalizado canadiense aunque el gobierno siempre negó esta circunstancia y, hoy por hoy, es imposible poder confirmarla ya que no hay documentos que la corroboren. Según el propio Kléber, cuyo nombre real era Emil Stern, fue capturado en 1917 en el frente ruso mientras servía con el ejército austriaco. Logró escapar y huyó a Canadá donde se enroló con la fuerza de Expedición Canadiense con la que volvió a Rusia y allí se pasó al bando soviético. Desde Rusia viajó a China y luchó con las fuerzas comunistas contra Chiang Kai-Shek. De China volvió a Canadá y de Canadá a Europa y a España.
Tampoco podemos olvidar el protagonismo alcanzado por Norman Bethune, fundador del Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre. Bethune es una de las leyendas de la guerra civil española. Sus novedosas y eficaces técnicas para la conservación y transfusión de sangre unido a un valor casi suicida que le hacía llevar su ambulancia a los puntos más peligrosos del frente lo han convertido en un mito.





Su muerte en China en 1939 prestando sus servicios a la revolución no han hecho más que cimentar ese mito. Cuando Tim Buck regresa desde Europa a Montreal los trabajos del Dr. Bethune, a través del comité local de Quebec, para poner en marcha una unidad médica con ambulancia y diverso aparataje médico estaban ya muy avanzados. La rapidez y la eficacia con la que se monta el operativo demuestran la simpatía que la causa española suscitaba en aquel país. Cuando el 20 de octubre de 1936 una delegación española presidida por Marcelino Domingo, Ministro de Instrucción Pública, visita Toronto el recibimiento que le dispensan es impresionante.
Rastrear la presencia canadiense en la guerra española es una labor complicada. Estos entusiastas voluntarios acudieron muy pronto en ayuda de la República y se distribuyeron por las compañías, batallones y brigadas ya enfrascadas en plenos combates. Will Willianson goza del título oficioso de ser el primer voluntario canadiense en territorio español. A el le seguirán otros muchos que tardarían bastante tiempo en constituirse como grupo diferenciado y con una identidad nacional propia, ya que comenzaron a llegar desde enero 1937 viajando desde Nueva York junto con los voluntarios estadounidense. Muchos escribientes, o recepcionistas de unidades hospitalarias, los incluyen en sus listados bajo el epígrafe de (americanos), las peripecias de su llegada a territorio español es parecida a la narrado por los americanos. La mayor parte tenían un primer punto de encuentro en Toronto o Montreal, donde recibían ayuda para viajar a Nueva York. Una vez allí la oficina de información que el gobierno republicano había instalado en esa ciudad les facilitaba el billete para embarcar hasta Francia. Al llegar a París era la oficina del partido comunista francés la que se encargaba de trasladar hasta los Pirineos, para que los guías nocturnos les pasaran al otro lado. Solo unos pocos hicieron el viaje desde el sur de Francia en pequeñas embarcaciones hasta el litoral catalán. Existen muchos testimonios de Brigadistas que hicieron ese viaje y todos coinciden en la dificultad del paso fronterizo, la dureza de los senderos y la hostilidad del clima. Por ejemplo, Len Norris cuenta que partió desde Vancouver y que fue recogiendo voluntarios en Winnipg, Toronto y Montreal, hasta alcanzar la cifra de 350. Tras el largo viaje desde Nueva York, desembarcaron en Havre y se quedaron unos días en París. Desde allí se pusieron en camino hacía Perpinyan, aunque por error terminaron en Carcassone. A finales de julio, cruzaron los Pirineo a pie, hasta llegar a Figueres, de allí a Barcelona, Valencia, y finalmente Albacete, una vez en el cuartel general, los voluntarios eran asignados a diferentes batallones y distintas tareas siguiendo, en ocasiones criterios bastante cuestionables. Lionel Edwars nos relata, en tono muy irónico, que estando en cola para conocer su destino oyó como un joven estadounidense que iba delante de él en la fila comentaba al encargado de asignarle su puesto en la compañía que su experiencia profesional tenía que ver con mantenimiento de lanchas motoras. El encargado no tuvo la menor vacilación para asignarlo a infantería.
Sobre el origen del teórico batallón canadiense, encontramos varios testimonios, como ya mencionamos, la llegada de contingentes frescos, propicio la creación de nuevos batallones, entre ellos el de canadienses, tras varias reuniones, propuestas y discusiones, se manejaron los nombres de Tom Paine o Patrick Henry, pero la minoría canadiense no estaba de acuerdo.


Según algunas versiones fue el propio Robert Merriman, convaleciente de sus heridas, pero que a la vez dirigía el entrenamiento de los nuevos reclutas, el que recomendó un nombre canadiense para subrayar el talante internacional del batallón y para rendir homenaje a la labor llevada a cabo hasta ese momento por los voluntarios de ese país. Otras versiones por ejemplo, la de Ronald Liversedge, atestigua que fueron los propios canadienses los que consiguieron imponer su propuesta ante la imposibilidad de decidir entre Patrick Henry y Tomas Paine. Por otro lado Tim Buck afirma que el nombre había sido elegido ya por los 19 primeros voluntarios en Toronto antes de su partida. Sea como fuere, el resultado final se decantó por un nombre para el batallón muy sonoro y representativo, Mackenzie-Papineau que rememoraba el nombre de dos luchadores, contra la presencia británica en Canada, en 1837. No olvidemos que en ese mismo año de 1937, en Canadá se estaba celebrando el aniversario de aquella revuelta. Una vez tomada la decisión los mandos canadienses pusieron un telegrama al primer ministro Mackenzie King, nieto de Willian Lion Mackenzie donde le imploraban que hiciera todo lo posible para ayudar a la democracia española amenazada por el fascismo. King nunca respondió a aquella llamada de socorro.
En realizad los Mac-Paps como se les conociera popularmente, no eran todos canadienses; en sus filas además de norteamericanos, habían cubanos, españoles, una variedad de voluntarios de otras nacionalidades. Solo una de las tres compañías de rifles era canadiense, las otras dos eran norteamericanas. Un batallón de la segunda compañía, si estaba compuesto al completo por canadienses de origen ucraniano mientras que la tercera estaba integrada casi en su totalidad por voluntarios procedentes de la columbia británica. La compañía de ametralladoras contaba con un oficial canadiense, el capitán Niilo Makela.

El capitán Edward Cecil Smith fue el primer "comander" del batallón y mantendría este puesto hasta el final de la guerra. El primer comisarío político que tuvieron fue el norteamericano Joe Dallet, que moriría en Fuente de Ebro, en octubre del 37. En una carta a su mujer reconoce el "esplendido trabajo" de los canadienses dentro de la brigada y señala que era simplemente una cuestión de justicia elegir un nombre canadiense para el nuevo batallón.
Es importante señalar también que habían bastante finlandeses entre sus filas. Muchos de ellos procedentes de la brigada XI, de origen alemán, que descontentos con el trato que recibían en ella y conscientes de que habían muchos voluntarios de origen finlandés entre los Mac-Paps (se calcula que alrededor de 180), se pasaron a ese batallón constituyéndose en el grupo mayoritário de la compañía de ametralladoras. En The Abraham Lincoln Brigade, Landis cuenta que cuando Perci Hilton fue capturado junto con un grupo de finlandeses-canadienses, estos fueron rápidamente ejecutados porque su aspecto y su pelo rubio hicieron pensar a los soldados nacionales que eran rusos. Independientemente de que pudieran formarse como grupo bien definido o no la presencia canadiense en el conflicto fue muy numerosa y significativa. Sabemos que habían canadienses con los Lincoln, los Washington y el batallón Dimitrov y que participaron activamente en el Jarama. También hubo otros canadienses que sirvieron con los británicos, los ucranianos, los checoslovacos, los franceses y batallones regulares españoles. Además según Hoar hubo canadienses en el batallón Dombrowsky, en el batallón Rakosi de origen húngaro y en el batallón Mazaryk.



El uno de julio de 1937 se forma el batallón como tal que ya cuenta con una sección propia en Brunete, pero les permitieron seguir entrenándose tres meses más, hasta mediados de septiembre, cuando se unieron formalmente con la brigada XV. Entraron en combate cerca de Fuentes de Ebro el 13 de octubre del 37. En ese momento, se aceptaba ya como un hecho que tenían que comportarse como un batallón más profesional que los demás, ya que habían tenido más tiempo para entrenarse y que varios de sus oficiales habían sido veteranos en Jarama o Brunete. Aunque anecdótico, un buen ejemplo de su carácter más profesionalizado es que, para asombro de los Lincoln en el batallón canadiense se utilizaba ya, la trompeta para llamar a diana y para reunir a la tropa.
Como en el caso de los voluntarios norteamericanos y británicos las historias de los canadienses corren paralelas a la historia de la guerra. Acudieron a luchar con las tropas republicanas desde el primer momento en que su ayuda fue necesaria y sirvieron para dar forma a las brigadas internacionales, a través de los batallones creados para tal fin. Ya entre el 21 y el 27 de febrero del 37, siete canadienses murieron con los Lincoln en el centro del Jarama. Entre ellos Frederick Lackey, uno de los primeros que procedentes de Toronto, había llegado a España, y Joe Campbell, que con 41 años era el canadiense de mayor edad sirviendo con el batallón Lincoln. Cuando los batallones estadounidenses quedaron diezmados ellos fueron los que cubrieron las impresionantes bajas. Mark Zuehlke afirma que para junio de 1937, el número de canadienses podría fácilmente rondar los 500, incluso es posible que formaran dentro del batallón Lincoln una sección canadiense no oficial a la que ya denominaban como Mac-Paps. Perecieron, al menos 5 de ellos junto con bulgaros, hungaros, polacos y australianos que se encontraban a bordo del "Ciudad de Barcelona" el barco mercante hundido por un submarino italiano, frente a las costas catalanas el día 30 de mayo de 1937.



Fueron muchos los canadienses que recibieron su bautismo de fuego en Jarama pero su presencia no fue menos importante en Brunete y en el Ebro. Adquirieron especial protagonismo durante los meses de agosto, septiembre y octubre de 1937, en Fuentes, Quinto, y Belchite. El 9 de septiembre del 37, el ya batallón oficial Mackenzie-Papineau llegó a Tarazona de la Mancha, para participar como punta de lanza como ultimo y desesperado intento por el ejercito republicano de dar un vuelco al destino de la guerra en el frente de Aragón. Demostraron una eficacia militar considerable en la defensa de Teruel, desde finales de diciembre de 1937 hasta bien entrado febrero de 1938 he iniciaron su repliegue hacía Gandesa, en marzo de ese año. Arrastraron su derrota en una retirada organizada que marcaría el principio del fin. El 28 de julio cruzaron el Ebro y permanecieron en el frente hasta el 10 de septiembre del 1938. Algunos fueron encarcelados y ejecutados, otros con más suerte desfilaron por primera vez como batallón en el homenaje de despedida celebrado en la Diagonal de Barcelona el 28 de octubre de 1938.
Como comentamos anteriormente la repatriación de los voluntarios canadienses fue muy complicada. No solo por cuestiones administrativas, si no también por cuestiones económica. Muchos de ellos, casi todos los prisioneros de San Pedro de Cardeña, fueron repatriados vía Inglaterra, otros cruzaron Francia en trenes sellados. El gobierno canadiense no solo recelaba de sus verdaderas intenciones políticas y de la validez de la ciudadanía canadiense de algunos si no que no parecía muy dispuesto a correr con los gastos de viajes de regreso de los 600 voluntarios que quedaron atrapados. Puede que ese fuera el pretexto formal,en el fondo, parece que había una razón de política internacional con mucho peso:  no querían incomodar a Hitler y a Mussolini. Según cuenta Zuehlke tuvieron que ser hombres de negocios como, Matthew Halton y Garfield Wiston, los que pagarán 5.000 de los 10.000 dólares que costaba el pasaje de unos 300 canadienses atrapados en el Havre y a los que el gobierno Francés amenazaba con enviar a los campos de refugiados españoles en Perpinyan si no abandonaban el país en el plazo de 3 días, los últimos canadienses en regresar lo hicieron a principio de mayo de 1939. No se celebraron recepciones de bienvenida ni hubo promesas de pensiones por mutilaciones de guerra, ni medallas de reconocimiento.


Llegaron pobremente vestidos, mal alimentados, con el corazón roto, pero orgullosos de haber cumplido lo que ellos consideraban su deber. Al menos ellos, los muertos, se habían quedado en España, tuvieron el consuelo de las palabras del reverendo Salem Bland que, en su discurso de bienvenida como las que siguen: Canadá no entendió en un principio lo que estabais haciendo pero ahora si lo entiende, y conforme pasa el tiempo, tendréis más amigos, más honor, porque habéis consumado una de las gestas más heroicas llevadas a cabo en la historia.

















BATALLON “ABRAHAM LINCOLN”



El batallón Lincold fue el más numeroso de cuantos conformaron la Brigada XV y en general de todo el grupo de voluntarios de habla inglesa. También fue uno de los más activos. Como ya apuntamos, las cifras varían según las fuentes, y puede haber variaciones significativas.


El primer contingente de 96 voluntarios norteamericanos salió de Nueva York el día 26 de diciembre de 1936, en el S.S. Normandie y llegó a España en enero de 1937.


Un segundo contingente también bastante nutridos embarcaría e enero de 1937 a bordo del S.S. Rooselvelt. Otro grupo menos numeroso viajaría en el D. D. Champlainde tal manera que en la tercera semana de febrero el batallón contaba con 400 hombres .


Su base de entrenamiento se hallaba en Villanueva de la Jara, en Albacete. Muchos pertenecían al partido comunista o eran simpatizantes del ideario marxista pero la gran mayoría eran profesionales, estudiantes, y trabajadores de todo tipo y condición y en sus filas hallamos judíos, afroamericanos, cubanos y puertorriqueños. Había también muchos canadienses que poco después formarían su propio batallón. Asimismo, encontramos bastantes norteamericanos de ascendencia irlandesa que aún mantenían la doble nacionalidad.


Como dato anecdótico cabe destacar también que otros muchos irlandeses figuraron en este batallón tras haber abandonado la compañía británica al sentirse deshonrados porque el Daily Worker había olvidado mencionar las bajas irlandesas de dicha compañía en la batalla de Lopera.


Además, hay soldados americanos en una pequeña unidad anti-tanques llamada John Brown, en destacamentos de transporte y en los servicios médicos.


La ayuda para servicios sanitarios enviada desde Estados Unidos fue también impresionante. Además de médicos, enfermeras y técnicos varios en servicios sanitarios se hicieron llegar decenas de ambulancias.


El 8 de enero de 1937 el Congreso, por vía de urgencia, aprobaría la “Neutrality Act” que impedía enviar ayuda a España y poco tiempo después, el 4 de marzo, figuraría en los pasaportes la prohibición expresa de viajar a nuestro país. De ahí que la mayor parte llegara previo paso ilegal por los Pirineos.


De hecho, el gobierno francés detuvo gran número de norteamericanos que intentaban cruzar la frontera bajo el cargo de violar las leyes francesas de neutralidad y con penas de entre veinte y cuarenta días de cárcel.


Pese a todas estas trabas, el cónsul americano en Barcelona comunicó que durante ese mismo mes de enero habían pasado por la ciudad camino de Albacete unos 76 voluntarios (cifra muy inferior a la real) para alistarse al ejército leal. Ante este desafío, el Departamento de Estado volvió a insistir en la ilegalidad de este viaje y aleccionó a sus diplomáticos sobre la pérdida de derechos fundamentales de los trasgresores frente al gobierno norteamericano, indicándoles que no prestaran ayuda ni consejo a “norteamericanos sirviendo ilegalmente en las fuerzas armadas de cualquiera de los contendientes”.


La escrupulosa postura oficial de neutralidad en los asuntos internos españoles era clara y el aislamiento en cualquiera de los dos ejércitos iba en contra de la política del gobierno de aquel país.


Dada esta prohibición expresa de viajar a España para participar en la guerra, la incorporación al batallón solía venir precedida de una verdadera odisea. Son muchos los brigadistas que en su primera carta a casa cuentan las penalidades del viaje. Primero en su propio país hasta llegar a Nueva York, luego su desembarco en Francia, después la aventura de cruzar los Pirineos por senderos escarpados, a veces con guías poco experimentados. Ya en España, aún quedaba un largo trayecto lleno de penurias y sorpresas hasta llegar a Albacete, y una vez allí la impresión inicial era la de haber llegado al infierno.


La misma impresión, aunque por otras razones, es la que narra Spender a Virginia Wolf cuando dice “Albacete es la ciudad más fea y aburrida de España, llena de gente (los brigadistas) que no tienen nada que hacer, muchos de los cuales resultan inútiles para el frente, pero que no pueden ser enviados a casa porque el hacerlo sería malo para la moral” .


Liolnel Edwards recuerda con gran dramatismo su historia personal. Aunque él y otros varios eran canadienses, su grupo se unió al de otros americanos que desembarcaron en el Havre donde fueron acosados tanto por el cónsul británico como por el norteamericano, que les advirtieron de que la frontera estaba cerrada y les ofrecieron, como un favor especial, pagarles el billete de vuelta a casa.



En cambio los funcionarios de la inmigración francesa fueron mucho más comprensivos y cuando los voluntarios comentaban que iban a Paris a estudiar arte, se limitaban a sonreír y dejarles pasar. También relata su gran sorpresa cuando en Ales, el jefe de la policía, miembro del partido comunista, les recibió con una breve arenga política y les pidió que acudieran a él si tenían algún problema. Su paso por los pirineos fue de extrema dificultad.




Al cansancio, al frio y a la desorientación había que añadir las horas excesivas del trayecto; la expedición salió a las 6 de la tarde y no llego a la cima hasta las 4 de la madrugada. Del relato de Tom McDonald se desprende el mismo tono épico en el que se convertiría la marcha de 15 horas que supuso cruzar los Pirineos a través de lo que él calificaba como “un mar de nubes”.


Una vez en España casi todos los voluntarios norteamericanos, al margen de su origen o grupo étnico, se integraron en el batallón Lincoln. En realidad era un grupo con características propias, algo diferente al resto. Respondían a un perfil peculiar que venía marcado tanto por su edad como por su origen. Tres de los más jóvenes tenían 18 años pero los de más edad podrían llegar a los 59-60. La media de edad era de 23 años por lo que podríamos definirlo como un grupo de jóvenes.


Había un número considerable de origen europeo de primera generación, es decir sus padres habían nacido en Europa, pero también los había que habían nacido en el viejo continente.


Otro porcentaje importante estaba formado por hijos de padres que habían llegado a EEUU huyendo de la persecución de la Rusia zarista. Muy pocos tenían experiencia militar, solo unos pocos habían servido en la primera guerra mundial, pero muchos de ellos habían forjado un espíritu combativo en las manifestaciones callejeras en sus ciudades de origen. No podemos olvidar que los años inmediatamente anteriores a la guerra coinciden con los de la Gran Depresión que había dejado el país con un verdadero ejército de desempleados.


A principios de la década de los treinta ya en EEUU según Carroll más de 10 millones de parados incluso hay quien eleva aún más la cifra, y en las grandes ciudades norteamericanas con más tradición reivindicativa se producían continuas manifestaciones exigiendo trabajo, mejores condiciones laborales o en contra de la represión policial.


En cualquier caso, el trasfondo social del que provenían era muy heterogéneo. Había jóvenes provenientes de barrios obreros, profesores, deportistas, mineros, marineros, inmigrantes, judíos, afroamericanos, etc.… A pesar de esa heterogeneidad, el espíritu de lucha y de unión como grupo era un hecho incuestionable.


La guerra civil en nuestro país se presento ante los trabajadores de EEUU como un conflicto entre los asalariados y los mercenarios fascistas del capital internacional. Hubo también otros grupos sindicados que contribuyeron a engrosar las filas del batallón americano como el de la pequeña industria de la piel de Nueva York que envió a unos 50. Asimismo, se ha difundido la idea de que un gran porcentaje eran estudiantes pero no parece ser el caso.


Por otra parte, la presencia de afroamericanos fue también motivo de comentarios diversos. Curiosamente, según muchos testimonios, además de combatir el fascismo, la guerra civil española les daba la oportunidad de luchar contra los italianos que habían invadido Etiopía.


Aunque las cifras varias, se estima que el numero de afroamericanos combatiendo en las filas del Batallón Lincoln fue de unos 100.


Si para los judíos resulta evidente entender las motivaciones que tenían para luchar contra las fuerzas rebeldes al estar apoyadas por Alemania e Italia, en el caso de los afroamericanos, muy radicalizados, la rebelión franquista no era más que una prolongación de la agresión de Mussolini en Etiopia y una continuación de la lucha contra las leyes segregacionistas y racistas existente en EEUU.


Muchos de ellos consideraban a Franco, Hitler y Mussolini como los representantes de sus opresores en casa.




Como dato significativo y tras comparar los resultados de varias fuentes creemos que del total de afroamericanos en el batallón Lincoln el 70% tenían afiliación al partido comunista.


Otro rasgo definitorio del grupo americano era la carencia de cultura política que se traducía con frecuencia en una evidente falta de disciplina militar. Probablemente dentro de este grupo la falta de disciplina a la que aludimos anteriormente sea un rasgo más acentuado. Su juventud, la escasa instrucción militar y sobre todo su innata aversión ante cualquier forma de autoridad, levo al batallón a ser uno de los grupos más indisciplinados del grueso de internacionales.


El batallón Lincoln constaba de tres compañías que se correspondían con la sección cubano-puertorriqueña, la sección irlandesa y la sección americana. Aunque hubo muchos norteamericanos que participaron antes en frentes distintos, su historia como tal batallón integrado en la Brigada XV empezó en febrero del 1937 en la batalla del Jarama. En Julio de ese mismo año tomaron parte muy activa en la ofensiva a Brunete y más tarde se convirtieron en protagonistas destacados en Belchite y en las varias ofensivas de la Batalla del Ebro. Tras las múltiples bajas en los frentes de Madrid (Brunete y Jarama principalmente) llegan nuevos voluntarios desde EEUU. De nuevo el viaje agotador hasta Albacete donde van a tener unas pocas semanas de entrenamiento. Y de nuevo volvemos a encontrar muchas críticas que coinciden en que el tiempo de entrenamiento era corto y el aprendizaje muy pobre.


Peter Frye nos cuenta su experiencia personal en los términos siguientes:


Llegamos a Albacete y luego fuimos transportados a Tarazona. Allí estaba la base de entrenamiento de los batallones norteamericanos. Cuando nos presentamos, ya habían comenzado la batalla de Brunete y Jarama. El batallón Lincoln había sido diezmado, había dejado de existir prácticamente. Nosotros éramos los nuevos reclutas y teníamos que sustituir a los caídos. Hice mis ejercicios, disparé mis cinco balas y me enviaron al frente.



 La llegada en febrero de 1937 de esos nuevos voluntarios a los que se refiere Frye, permitió no solo la reposición de bajas de este diezmado batallón Lincoln sino también la creación de otros dos batallones, uno con mayoría de voluntarios canadienses.


Los integrantes del primer contingente, liderado por el croata-americano, Mirko Markovicz, decidieron por votación que se llamarían “Tom Mooney”, en homenaje al líder sindical encarcelado en California, y que ya había dado su nombre a una compañía de ametralladoras, pero los dirigentes del partido comunista en Nueva York no estuvieron de acuerdo por considerar el nombre demasiado controvertido. Otro dirigente del partido Robert Minor, propuesto Jefferson o Washington, y los voluntarios votaron a favor del segundo.


Así pues, en marzo de 1937, terminaría denominándose George Washington con Mirko Markovicz como su “comander” y Dave Mates, un comunista de Chicago, como su comisario político. Tras la batalla de Brunete en Julio de 1937 los supervivientes de Lincoln y del Washington, fueron reorganizados en una sola unidad bajo el mando de Mirko Markovicz, y pasó a llamarse oficialmente Lincold-Washington que pronto quedó como Batallón Lincoln. A finales de junio 1937, tras el continuo flujo de voluntarios, se crea un tercer batallón, que se denominará como Mackenzie-Papineau.


Los voluntarios americanos entraron en acción en todas las grandes batallas de la guerra. Estuvieron presentes en el frente de Aragón, en las batallas de Quinto, Belchite y Fuentes del Ebro, entre enero y febrero de 1938 sirvieron en Teruel, en marzo de ese año fueron también testigos de la retirada masiva del ejercito republicano y desde julio hasta septiembre de 1938 participaron en la ofensiva del Ebro, concretamente en Sierra Pandols. Permanecieron en España desde su creación en febrero del 37 hasta la disolución de las Brigadas Internacionales en octubre del 38. Pero serían en febrero del 39 cuando los últimos americanos abandonan España, aunque muchos prisioneros abandonaron España en agosto del 39. En opinión de la mayoría su experiencia había sido única y su misión transcendental; regresaban con la satisfacción del deber cumplido pero con la amarga sensación de la derrota. Desgraciadamente muchos no regresaron jamás.


Los muertos se quedaron para siempre en España pero los que regresaron no iban a recibir una bienvenida de héroes. Unos llegaban con serias discapacidades físicas, otros con profundas secuelas psíquicas, la mayoría con el corazón partido y todos sentían el abandono de las instituciones de su país. Solo sus amigos y familiares habían entendido y defendían lo que habían hecho. Ante la injusticia manifiesta y la sensación de maltrato por parte de su gobierno, los veteranos superviviente se asociaron en “The Veterans of the Abraham Lincold Brigade”. La VALB figuraría durante años en la lista de agrupaciones subversivas del Ministerio de Justicia Norteamericano. En su quinta convención nacional, celebrada en Nueva York en 1946, Milton Wolf, “National Commander”, que había sido el último en liderar el batallón, leyó un comunicado en el que se resumían los objetivos de la organización. Su propósito esencial se reducía a tres puntos muy concretos. Por una parte, mantener vivos los ideales políticos, sociales y de camaradería que habían inspirado a los miembros del batallón, estrechando los lazos no solo de sus componentes, sino también con todas aquellas organizaciones de voluntarios de otros países y con todos aquellos grupos dispuestos a trabajar por la paz, la democracia y las libertades civiles.



Por otra parte, facilitar y buscar fondos para la rehabilitación médica y laboral de los veteranos que ya se encontraban en Estados Unidos. Y por último, promover la liberación de todos los presos americanos, españoles y de otros países, todavía en las prisiones de la España de Franco.


Enlaces:

http://www.alba-valb.org/




Fuente:  Los Brigadistas y la Guerra civil española (Editorial Ambos Mundos)








































































































































BRIGADA INTERNACIONAL DOMBROWSKI

La XIII Brigada Internacional “Dombrowski” se organizó, en diciembre de 1936, entre los pueblos de Tarazona de la Mancha, Mahora, Villanueva de la Jara y Quintanar del Rey con los batallones “Louise Michel”, “Tchapaiev”, “Henri Vuillemin” y una compañía balcánica. El mando de la unidad fue adjudicado al alemán Wilhelm Zaisser “Gómez” con su compatriota Albert Schindler como jefe de Estado Mayor y el polaco Suckanek como comisario.



El 2 de diciembre de 1936, salió de Albacete hacia el frente de Teruel con la intención de aliviar la presión enemiga sobre Madrid con la ocupación de la capital turolense. En la madrugada del día 27, los tres batallones se lanzaron al ataque, consiguiendo llegar a 8 km. de la ciudad. Al día siguiente, una sección del “Henri Vuillemin” consiguió alcanzar las primeras casas, pero aquí murió la ofensiva. El “Tchapaiev” sufrió un 50 % de bajas, hubo deserciones importantes, como la del jefe del “Henri Vuillemin”, Henri Dupré que se pasó a los nacionales y el resultado final fue un enorme fracaso. La XII regresó a tierras manchegas a lamer sus heridas. El batallón “Louise Michel” fue absorbido por los otros dos para reponer bajas y como refuerzo llegó un bisoño batallón de la CNT.



Para paliar la derrota republicana en Málaga, la XIII BI salió hacia ese frente, llegando, el 12 de febrero de 1937, e intentando reconquistar Motril, sin resultado, pero consiguiendo, al menos, estabilizar la línea en Calahonda. A continuación, la unidad se dirigió a Sierra Nevada, donde logró recuperar cuatro pequeños pueblos y evitar la infiltración adversaria por el valle de Trévelez. Con gran desgaste provocado por las bajas temperaturas reinantes en las estribaciones del Mulhacén, la Brigada fue retirada de la vanguardia, el 27 de marzo.



Para su siguiente intervención en el frente de Extremadura, la XIII BI recibió la aportación de dos batallones, los españoles, los españoles “Otumba” y “Juan Marco”. El 1º de abril, la brigada, ya completa, llegó a Los Pedroches para iniciar, el día 4, la ofensiva sobre Peñarroya. Se consiguió ocupar Valsequillo, La Granjuela y Los Blázquez y situar las nuevas posiciones en la cima de El Terrible, aguantando los duros contraataques adversarios. El día 6, aún se pudieron conquistar las alturas de la Sierra Noria, pero el intento de dominar el Cerro Mulva, llave del acceso a Peñarroya, fracasó y con ello la ofensiva. Después de una breve operación defensiva frente al CTV en Campillo de Llerena, los interbrigadistas regresaron a su base de Albacete.



El italiano “Krieger” sustituyó a Zaisser en el mando de la Brigada, el polaco Tadeusz Oppman a Schindler en la jefatura del Estado Mayor, y el yugoslavo Blagoye Parovic a Suckanek en el comisiarado.



La XIII BI operó en la batalla de Brunete en el seno de la 15ª División por el flanco izquierdo de la ofensiva.



En la madrugada del 5 de julio, la Brigada avanzó sobre Villanueva de la Cañada,ocupando su cementerio. Durante todo el transcurso del día, se luchó duramente por la posesión del pueblo, hasta poder conquistarlo, llegada la noche, con la especial colaboración del “Tchapaiev” y el “Juan Marco”. En la acción murió el flamante comisario Parovic, reemplazado por el italiano Camen. El día 8, el “Tchapaiev” ocupó Romanillos y el “Henri Vuillemin” el castillo de Villafranca que, en los días siguientes tuvieron que resistir fuertes contraataques. Sobre todo, la defensa de Romanillos supuso un enorme desgaste para la XIII BI que derivó en un abierto amotinamiento, tras ser retirada del frente y recibir la orden de volver a primera línea. Desobedeciendo a sus mandos la Brigada se dirigió en actitud de franca rebeldía hacia Madrid.



En Torrelodones pudo ser finalmente parada y desarmada por Guardias de Asalto apoyados por blindados. Sus mandos fueron juzgados, sus hombres repartidos entre las demás Brigadas Internacionales y la XIII disuelta.



La nueva XIII BI renació, el 4 de agosto, con los batallones “Dombrowski”, “Palafox” y “Rakoski”, al mando del polaco Jan Barwinski conservando a los antiguos jefe de Estado Mayor y comisario.



El 25 de agosto, la XIII Brigada Internacional volvió al frente de batalla en Belchite. Su misión era tomar Villanueva del Gállego, lo que logró, pero cuando se hallaba a 4 km. de Zaragoza fue frenada por los contraataques adversarios y permaneció tres días en un terreno llano y sin protecciones naturales bajo el fuego de la artillería nacional. El resultado fue el aniquilamiento del “Dombrowski”, del que sobrevivieron 200 de sus 700 hombres, y del “Palafox”. El 11 de octubre, la XIII BI fue lanzada nuevamente al combate en Fuentes de Ebro, aunque su debilitamiento no permitió su utilización a fondo, sino que se limitó a flanquear a la XV BI. La operación terminó en un rotundo fracaso. La XIII BI se retiró a Binaced para reorganizarse, recibiendo un nuevo batallón, el “Mickiewicz”.



El 3 de febrero de 1938, la XIII BI se desplazó a Extremadura para intervenir en una ofensiva en Sierras Quemadas, pensada para aligerar la presión nacional en el frente de Teruel. Los primeros días, los combates fueron de mero tanteo, pero, el día 16, se lanzó un importante ataque, en el que se consiguió tomar las alturas de Sierra Quemada, pero la desbandada de la XII BI, que participaba en la operación arrastró a la XIII, cuyos batallones “Palafox” y “Mickiewicz”.



El 10 de marzo, la Brigada se había trasladado al frente de Aragón y tenía dos batallones en primera línea en Samper de Salz. La ofensiva nacional rompió el frente en Belchite y provocó su total desmoronamiento. La consecuencia fue una retirada desordenada hacia Albalate del Arzobispo y, más tarde, a Alcañiz. En Caspe, el mando intentó organizar su defensa, posicionando a la XIII en la Sierra del Vizcuerno. El 17 de marzo, los nacionales lanzaron su ataque contra Caspe y la XIII resultó aniquilada. Retirada del frente y sin tiempo para su reorganización fue enviada a defender Lérida en la carretera de Lérida a Monzón. La férrea resistencia no pudo impedir la caída de Lérida y la XIII BI cruzó el Segre para establecerse en Vilanova de la Barca. Barwinski fue relevado en el mando de la unidad por el ruso Mihail Kharchenko.



En la batalla del Ebro, la XIII Brigada Internacional pasó en vanguardia el río por Ascó, el 25 de julio, llegando hasta la Venta de Camposines. En el avance sobre Gandesa la Brigada sufrió el avance sobre Gandesa la Brigada sufrió cuantosísimas bajas y tuvo que ser retirada a la Venta de Camposines. Desde aquí, fue enviada nuevamente a luchar en el Vértice Gaeta, sobre todo para detener la desbandada en este sector. La defensa de estas posiciones fue encarnizada, hasta el 22 de septiembre, en que llegó la orden de retirada de los internacionales.



El 1º de octubre, nació en Monredón la nueva 13ª Brigada Mixta, formada exclusivamente por españoles, el mando del mayor de milicias Enrique Escudero Serrano. Aún tuvo tiempo de intervenir en la batalla del Ebro, defendiendo la retirada de la 35ª División, formado un arco desde las cotas 160 y 201 hasta el Vértice de Barranc Fosc. El 16 de noviembre fue la última unidad de abandonar la cabeza de puente por Flix.



La 13ª Brigada Mixta no dejó rastro de su actuación en la batalla de Cataluña, pero los internacionales concentrados en La Garriga formaron, el 23 de enero de 1939, dos batallones, el “Dombrowski” y el “Rakosi”, para resucitar la XIII BI. Tomó el mando el polaco Henryk Torunczyk, reemplazado, el día 26, por el húngaro Miklos Szalway “Tchapaiew”. La nueva Brigada intentó presentar resistencia en Cassá de la Selva, durante dos días, pero ya era inútil. La retirada llevó a la XIII Brigada Internacional a Gerona y, el 7 de febrero sus restos cruzaban la frontera por El Pertús.



La XIII Brigada Internacional publicaba el periódico “Dombrowszczak”y el Batallón “Juan Marco”, “A Vencer”.